La historia de los picós en Cartagena puede rastrearse desde comienzos de los años cincuenta del siglo XX. Desde entonces, el propósito de este escaparate barrial de música, consiste en fundamentar la fiesta popular. Y, en ese devenir, los corresponsales picoteros tuvieron un papel de gran relevancia. Todo ello acaeció antes de la llegada de internet, los motores de búsqueda y las redes sociales; pues, este evento tecnológico, cambió el modelo de negocio discográfico en el mundo y para siempre. Lea: Día de la Champeta: los eventos que no te puedes perder en Cartagena
Dicho esto, el papel del corresponsal picotero fue muy relevante desde fines de los años sesenta hasta comienzos de los años noventa, es decir, por casi tres décadas. Un corresponsal picotero era un comerciante de acetatos y LP de música afro caribeña. Y, para ello, este agente comercial, viajaba a donde pudiera conseguir su mercancía. Antes de la aparición de este oficio, los dueños de picós y sus administradores, se surtían de los discos que circulaban en los muelles de Cartagena. De manera que marineros, muelleros, comerciantes y contrabandistas, en virtud de la oportunidad de negocio, proveían de música al público en general y a los picós.
Hay que tener en cuenta que la razón de ser de la identidad picotera son sus exclusivos.
Es decir, una canción exclusiva y que ningún otro picó tenga en su haber, constituía todo el prestigio, toda la gloria y todo el reconocimiento del público fiel y seguidor. De manera, pues que, en la cultura picotera, la disputa por el honor suponía buscar donde fuera, una canción insignia de la más entera satisfacción y goce del público. Una canción cuya importancia marcara toda la época y toda su moda. Lea: ¡Es un hecho! La champeta camino a convertirse en Patrimonio Nacional
Humberto Castillo (Q.E.P.D.) era un mítico corresponsal picotero y reconocido en el gremio festivo, en especial, en los años ochenta. Paisa él, encontró a finales de los años sesenta una Cartagena popular sedienta de actualización del gusto musical, respecto a la discografía del Caribe y de varios puntos del continente africano. Castillo, para hacer más eficiente su curaduría musical, en ocasiones invitaba a sus viajes a administradores y dueños de picós, tal y como lo hizo con “el Flaco” Ortiz a principios de los años ochenta.
Castillo y “el Flaco” hicieron una parada en Londres y, en el metro de aquella ciudad, se perdieron. Comenzaba la década de los ochenta y “el Flaco” entró en pánico. En ese momento Humberto lo tranquilizó con estas palabras: “No te preocupes, que al primer negro que vea le pregunto dónde consigo música africana”. Lea: José David, el cartagenero que revela curiosidades de la música africana
Salieron de la estación y en la calle divisaron a un hombre negro, lo abordaron y le preguntaron. A través de señas se hicieron entender y recibieron las indicaciones. A cuatro cuadras de distancia, llegaron a un edificio de seis pisos. Todos llenos de música. De LP’s, de CD’s, de cassettes. Subieron y bajaron aquella torre de música de África y el Caribe y no encontraban la canción que con ansias deseaba “el Flaco”. La canción se llamaba “Takadzovo Undzi Bebula” con General M.D.Shirinda & Gaza Sisters en el Album Music Is The Food Of Love.
Humberto, en la mitad de una inmensa bodega, una vez más tranquilizó a su acompañante y le dijo: “Tú busca por allá y yo busco por acá”. “Ese disco está agotado” había sentenciado la dependiente del segundo piso de aquella torre musical. “El Flaco” caminó hasta la sección sin la más mínima esperanza. De manera que comenzó a rastrear el disco, como quien no quiere la cosa, y tal como si fuera un acto de magia, metió la mano dentro de un baúl para sacar un conejo por las orejas. “¡Lo encontré! ¡Aquí está!”, gritó “el Flaco” casi hasta las lágrimas. El último acetato en existencia estaba mal ubicado. Cuando llegó a los picós de los barrios, Cartagena entera le puso un nombre para hacer suya para siempre aquella canción: “Los Pavitos”