María del Rosario Castañeda y Montero es el personaje principal del cuento y es mejor conocida como La Mamá Grande. El texto fue escrito en 1962 y, al parecer, Gabriel García Márquez no le interesó denunciar lo que todo el mundo siempre ha sabido de nuestra condición social. Parece que fue un cuento escrito, más bien, desde la decepción cuyo antecedente es ancestral y su vigencia es abismal y aplastante. Es cuestión de leer el cuento haciendo una prueba de conmutación. Una prueba donde se cambian unos términos por otros, con miras a poner en evidencia los sentidos que allí subyacen.
Todo en Macondo dependía de la voluntad de María del Rosario. Todo es todo: la vida social, el funcionamiento del gobierno y el desarrollo económico. Imagínense ustedes, por ejemplo, que la administración de la justicia de un país entero dependa de un puñado de jueces malvados. O que la decisión de instalar unos peajes dentro de una ciudad, dependa de tres personas, por sobre el interés general y su movilidad. O que la administración de servicios como la luz y el agua se le conceda sin más a un puñado de particulares para que hagan lo que quieran. Pongan el caso que ustedes deseen, con la recurrencia de un poder tras el poder. Lean el cuento Los Funerales de la Mamá Grande, haciendo una simple prueba de conmutación sobre el nombre del personaje principal. En vez de leer María del Rosario, no sé, lean Enilse. O, Piedad. O, Sor Teresa. También puede ser Zulema. Se van a dar cuenta que hemos aprendido a ser felices, sin tener felicidad, tal como dijo Gabo.
Los Funerales sugieren la experiencia costeña con la llegada de la modernidad. Dan cuenta del lugar subalterno que tenemos frente a Bogotá, frente a Colombia y frente al mundo. No obstante que tiene más de medio siglo escrito, su tema es de una actualidad casi lacerante. Una actualidad que consiste en el atraso perpetuo. Y ahora, peor. Porque en los colegios, hace tiempos, dejó de leerse a García Márquez. El asunto es así: la historia de Colombia y el lugar que cada quien ocupa en ella, siempre ha estado escrita desde Bogotá. Un relato donde gente como nosotros no aparece, ni por casualidad. Con la obra de Gabriel García Márquez, aparecemos y, más allá, el mundo entero tiene noticia de Colombia. En primero de bachillerato me dieron de leer el libro de cuentos completo. Lo primero que descubrí es que la mala palabra escrita podía ser un recurso literario de gran vigor comunicativo. Lo que me parece una burla es que en el bachillerato de hoy, el plan lector, está lleno de un montón de libros escritos, una vez más, desde Bogotá. Textos que, a mi juicio, no son auténticos, ni sinceros, ni realistas. Son textos formalmente escritos, rebuscados, perfumados, sin ton ni son. Resulta impensable encontrar un “no joda”, un “mierda” o un “cagar”.
Por favor, sepan leer lo que digo. En Los Funerales de la Mamá Grande queda al descubierto toda la estructura feudal en que vivimos y donde impera la injusticia, es decir, se develan los mecanismos clientelistas, los abusos permanentes, la corrupción y la ilegalidad, el nepotismo y los silencios comprados, el arribismo y la hipocresía, la violencia y el irrespeto a la vida. En el plan lector hay que meter los clásicos, jamás creer que son libros para especialistas y desterrar esa bazofia insultante de la formación estudiantil ¿De qué depende que un profesor mande a leer a Gabo, o no? De su cultura. Conozco profesores con maestría que no saben dónde va la “s” o la “c” en la palabra decisión. Necesitamos profesores que sepan de lo que están hablando y conozcan cómo se aprende el rigor. Que no crean que haya que esperar a que los niños maduren para, por fin, enseñarles que el mundo es más grande y más viejo que el Facebook. No poner a leer a Gabo porque es plebe es de una ignorancia y una incapacidad pedagógica infinita que nos entierra para siempre en el reino horroroso de la Mamá Grande.