En la comprensión de la pobreza local se cometen a menudo desafueros interpretativos y prescripciones paternalistas.
Quienes se ocupan de estos temas reproducen visiones que la asimilan como una realidad prácticamente inmodificable. Para otros, la pobreza es el resultado del conformismo de los pobres. Y no pocos prefieren negarla para resaltar con fiereza el promisorio futuro económico de Cartagena, la más desigual entre las principales urbes colombianas.
En cocteles de fin de año y hasta en reuniones de técnicos se acude a toda suerte de estereotipos: que los pobres ‘históricos’ (a orillas de la ciénaga de la Virgen), que los ‘recientes’ (los desplazados por la violencia), y al desgastado contraste de ‘las dos Cartagenas: la pobre y la rica’.
Hasta hay quienes niegan uno de los extremos. En alguna ocasión un distinguido empresario afirmó sin recato que “aquí en Cartagena no tenemos pobres” y que más bien nos preparáramos a recibir los miles de millones de dólares en inversión que se proyectan para los próximos años.
En vez de ayudar a la comprensión de las complejidades de la pobreza, estas visiones la desaparecen o la homogenizan. En la práctica de las intervenciones público-privadas se propagan discursos discriminatorios, como aquel según el cual los pobres ‘recientes’ son privilegiados pues han venido a favorecerse de recursos y atención del gobierno y de ONG en la lucha contra la pobreza.
Quienes ‘congelan’ la pobreza aún citan con avidez, diez años después, el indicador del 75% de la población bajo la línea de pobreza (por ingresos) que arrojó la investigación de una ONG bogotana. Cuando se aferran a este dato desconocen un hecho notable: entre 2002 y 2011, casi 100 mil cartageneros salieron de la pobreza y 36 mil dejaron de vivir en pobreza extrema (la mitad dejó de serlo entre 2002 y 2008, y la otra mitad entre 2009 y 2011). Bien vale la pena conocer las causas de ese avance.
Tras la tapia imaginaria que impide ver cualquier mejora, este cambio ha tenido repercusiones sobre la estructura social de Cartagena. Hacia 2002, el 17% de los hogares era de clase media; hoy es el 28%. Desde entonces, la clase pobre se ha reducido, del 43% al 26% de los hogares. Eso sí, la llamada clase alta (los ricos) se duplicó del 1% al 2% de los hogares.
Estas mejoras no pueden estimular el conformismo ni desconocer en modo alguno que la pobreza y la vulnerabilidad siguen siendo neurálgicas. Los avances de Cartagena son francamente mediocres si se comparan con los de otras capitales como Bucaramanga, con una población similar a la nuestra y cuatro veces menos pobreza extrema.
Los logros de estas ciudades, además, enseñan lecciones a otro grupo de pesimistas, el grueso e influyente grupo de quienes creen que la pobreza es un asunto ‘mental’, que no cesará mientras la gente carezca de emprendimiento individual y actitud proactiva hacia el éxito.
Son las buenas acciones, principalmente políticas públicas bien concebidas y evaluadas, las que pueden erradicar la pobreza y cambiar los prejuicios que nos han hecho pensar equivocadamente que los pobres de hoy son los mismos pobres de ayer y que serán, indefectiblemente, los pobres de mañana.
*Profesor-Investigador, UTB
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