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Cultural

Néstor Torres, un flautista prodigioso de paso por Cartagena

Néstor Torres, un flautista prodigioso de paso por Cartagena
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Néstor Torres se parece a la flauta que toca desde sus doce años. Es sereno, delicado, pensativo, elegante e impecable al hablar y pensar. Sus manos delinean una respuesta como quien sopla círculos de viento sobre la silenciosa redondez del agua. En 2000 ganó con su álbum The Side of Paradise, grabado en el sello Shanachie, el Grammy al Mejor álbum de música instrumental pop.

Los transeúntes de Getsemaní que lo han visto entrar y salir al Café Havana, que lo ha invitado a dos noches de concierto en Cartagena, creen que es otro cartagenero que esta noche tocará su flauta, sin enterarse aún que este músico boricua es una de las leyendas vivientes de la música, la flauta encantada y mágica de la salsa

y del jazz latino. Se ha sentado allí en silencio a esperarme a las cinco de la tarde, junto a Jorge Merlano. Es flaco, delgado, con una serenidad concentrada, a dos horas de iniciar su concierto. Es como si lo hubiera visto siempre. Me pide que me siente y despliega sus manos largas sobre la madera, y sus ademanes son los de alguien que siempre está tocando una flauta invisible en el aire.

Néstor Torres nació el 25 de abril de 1957 en Mayagüez, Puerto Rico. Su padre, músico, tocaba el piano y el vibráfono y le regaló un tambor a sus cinco años, me cuenta. Tocaba el tambor y la batería. En casa estaba rodeado y acostumbrado a los trombones, trompetas, bajos, pianos, pero no había una flauta. Existía en aquellos años en Puerto Rico la Escuela Libre de Música, y un primo de su edad se matriculó en una de ellas.

“No me veía estudiando musicalmente un instrumento en sí, como el tambor o la batería, después que se matriculó mi primo fui a matricularme y cuando me preguntaron en el examen de admisión qué instrumento quería tocar, me quedé pensando, lo que más abundaba en Puerto Rico era el saxofón, pero de repente, vi sobre la pizarra la foto de una flauta, algo resonó dentro de mí, y me dije: ¡Eso es diferente! ¡Me decidí por la flauta! Tenía doce años. En Puerto Rico en aquellos años no había tradición con la flauta, los músicos se ganaban la vida en una orquesta sinfónica, todo el mundo quería tocar saxofón, clarinete, y trompeta. Yo era un niño y no estaba pensando en eso, no me preguntaba si se ganaba la vida tocando charangas, pero mi padre se extrañó de que yo eligiera la flauta. Cuando se lo dije, se preguntó perplejo: ¿Cómo? ¿Flautista?”. Lea aquí: Conozca a Nelson Herrera, el alma del Parque Centenario

Un flautista en Nueva York

Luego de esos estudios de flauta, se especializó en Educación Musical en la Universidad Interamericana, en San Germán, y más tarde, a sus dieciocho años, en Nueva York, continuó estudios de música clásica y jazz en la Escuela de Música Mannes, graduándose en 1977. En Nueva York conoció y participó en las bandas de salsa de los clubes latinos, aprendió a tocar charanga al estilo de la música cubana, y fue testigo de cómo la flauta participaba en forma versátil en todos los formatos de la música latina, sinfónica y en el jazz latino.

“En Nueva York, la charanga era muy popular. Yo era un muchachito romántico e intelectual que aún no sabía qué tipo de música iba a hacer. Comprobé que eran inmensas y amplias las posibilidades que tenía la flauta y estaba lleno de inquietudes”, me cuenta. “Quería hacer de todo, pero quería ir más allá de la charanga. Quería hacer música clásica, jazz tradicional afrocubano con algunas variaciones, jazz latino. Tuve que crear otra situación, con toda la amalgama que ya había conocido con la música de mi padre: Machito, Tito Puente, Brasil del 66, Stan Getz, Nat King Cole, Joselito, la ópera Carmen, Dizzi Gillespie, entre otros. Si alguien me dice que si hago jazz, podría decir sí y no, porque no es solo jazz latino, en mi música hay un componente lírico y rítmico consistente que viene de mis raíces afrocaribeñas. En aquellos tiempos no todo fue fácil. Hubo momentos difíciles, y me tocó vender botellas para conseguir unos centavos. Eso se lleva después como una medalla”.

En esos clubes de Nueva York, el joven Néstor Torres decantó todo lo que hasta ese entonces había aprendido, y cualificó cada vez más el arte de su flauta. No cesó de estudiar. Ingresó en el Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra en Boston (New England Conservatory of Music). Lea aquí: Zully Salazar Fuentes, la lucha contra el cáncer de una mamá resiliente

Néstor Torres, flautista boricua. //Foto: cortesía.
Néstor Torres, flautista boricua. //Foto: cortesía.

Richard Egües y otras maravillas

Al preguntarle cuál de los flautistas han sido decisivos en su formación, no duda en decir: el cubano Richard Egües, considerado en el ámbito musical como el Flautista Mágico de América. “Un músico inigualable, cuyo virtuosismo resonaba más allá de su época dorada de los cincuenta y sesenta”. Era Eduardo Richard Egües

Martínez, nacido en las Cruces, Las Villas, Santa Clara, Cuba, en 1923, uno de los artistas que renovó las orquestas de charanga en Cuba, y resonó con canciones que aún siguen vigentes como El Bodeguero.

En los años cincuenta Egües y la Orquesta Aragón fueron la institución musical por excelencia en Cuba, que junto a Antonio Arcaño y Sus Maravillas, Orestes e Israel Cachao López, abrieron el camino para la revolución de nuevas sonoridades rítmicas. Al escuchar el nombre de Israel Cachao López, dice con emoción: ¡Ese es uno de mis grandes maestros, un ícono musical! Y junto a él, reafirma al saxofonista colombiano Justo Almario, con quien participó en el concierto documental del actor cubano Andy García: “Cachao, como su ritmo no hay dos” (1993).

Colombia en charanga

En 1978 emprendió una gira por América Latina, y estuvo un buen tiempo en Colombia. Su primera grabación, el álbum Un viejo amigo, sello Polydor Philips, la hizo con el pianista cartagenero Joe Madrid. Los dos artistas realizaron los arreglos y grabaron todos los instrumentos. Néstor tocó los timbales, bongoes y flautas, y Joe

Madrid, el piano, bajo y violines, y Augusto Villanueva, los tambores. Ese mismo año grabó Colombia Charanga, sello Zeida Codiscos, con Joe Madrid, con obras del folclor colombiano, como La piragua, de José Barros, arreglos y dirección de Néster Torres.

Esta leyenda viviente de la música es el autor de los álbumes “Mis primeras canciones” (1980), “Morning ride” (1989), “Dance of the proenix” (1990), “Burning whispers” (1994), “Talk to me” (1996), “Treasures of the heart” (1999), “This side of Paradise” (2000), “Mi alma latina” (2002), “Sin palabras” (2004), “Dances, prayers & meditations for pease” (2006), y “Nouveau latino” (2008). Lea aquí: ‘Las cosas por contar’: mujeres al frente de un sueño colectivo

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Néstor Torres ha tocado con los grandes músicos de nuestro tiempo, es el homenajeado en el Festival de Jazz de Puerto Rico 2024, me confiesa que desistió de integrarse a algunas bandas de jazz destacadas, precisamente por el comportamiento de algunos músicos. “Hay que tener una misión espiritual más allá del arte: servir, desarrollar la humanidad, inspirar, crear valores. “Él que ha conocido de cerca la gloria, conoce el otro lado de la fama, y es el ser más sencillo y noble que hemos conocido. Solo desea seguir tocando mejor, servir a los demás, y llegar al corazón de quienes le escuchan”.

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