Los cartageneros Abraham y Jorge saben que el éxito no llega solo, que emerger va más allá de lucir como la estrella que se roba las miradas de la Cuadrilonga. Saben que destacarse como genios de la tecnología requiere tiempo y esfuerzo.
No dejan de ‘cacharrear’, pues de esa forma han adquirido conocimientos sobre Inteligencia Artificial y están entrenado a Catalina, una mujer que no existe en carne y hueso, pero que ya tiene voz propia y desde la virtualidad puede ayudar a que cada vez sean menos los turistas a los que “les dan por la cabeza”, como dicen coloquialmente algunos para referiste a las víctimas de estafas.
Esta dupla creativa busca, a través de su invención, un ‘antídoto rápido’ para evitar estafas a visitantes a través de información certera y pedagogía. Si bien son conscientes de que Colombia aún no tiene un Silicon Valley con compañías emergentes y globales de tecnología como Apple, Facebook y Google, son fieles creyentes de que no hay nada mejor que plantar semillas en su propia tierra; por eso, antes de trabajar en otras ciudades o países, quieren dejarle algo a esta Cartagena que tanto aman. Lea también: Yorlandis y el valor de salvar vidas en las playas de Cartagena
Más allá de los montajes virales que han hecho para agasajar a Cartagena, o vislumbrar posibles escenarios distópicos, quieren que la ciudad se vea impactada por Catalina, pero no la india que conocen los cartageneros, no el emblema histórico, sino la Catalina creada con inteligencia artificial que puede hablar con el turista o con quien lo necesite por chat y voz.
Abraham y Jorge le apuestan a un chatbox capaz de conversar con el turista y decirle a dónde puede ir y cuánto le van a cobrar. Una tecnología que de momento está en etapa de demo, pero esa aspiración ambiciosa de desarrolladores y empresarios les ha hecho entrenar a Catalina para que pueda conversar hasta por llamadas y notas de voz, como una persona normal que tiene criterio para recomendar lugares y sugerir precios.
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Estos amigos visionarios confían el uno en el otro, porque más allá de ese lazo de hermandad propia que otorga haber nacido en la misma ciudad, tienen la adolescencia en común: Abraham y Jorge eran amigos en el colegio.
Hicieron el bachillerado juntos en la Ciudad Escolar Comfenalco, pero el rumbo que tomó cada uno después del colegio los puso en lugares distintos antes de que Catalina llegara para unirlos nuevamente.
“Jorge era aficionado al béisbol, yo era más de computadoras. Me acuerdo que cuando terminé el colegio me regalaron un computador con apenas 10 megas de disco duro. Empecé a hacer cosas de pelao, hice un jueguito con la calculadora y se lo mostraba a mis amigos. En 2001 comencé a frustrarme, porque en Cartagena las universidades que tenían Ingeniería de Sistemas eran privadas, y yo no tenía plata para estudiar en ellas. Además, no estaba haciendo nada en mi casa, las becas a las que intenté aspirar no se dieron; me postulaba y no quedaba”, cuenta Abraham Echenique emitiendo las risas que le producían aquel evento que en el pasado no lo dejaba dormir, pero que hoy exhibe como prueba de su resiliencia, que no le permitió quedarse de brazos cruzados. Un día decidió quejarse menos y leer más.
“Cacharreando en el computador, viendo tutoriales y leyendo comencé a involucrarme en ese mundo. Cada 50 mil pesos que me llegaban, me los gastaba en libros de programación. Tuve la oportunidad de relacionarme con ingenieros de sistemas que me tendieron la mano y me dieron trabajo, así que me fui a vivir a Medellín, trabajé en el desarrollo de software para empresas; pero en pandemia conocí a la Inteligencia Artificial, y una noche se me prendió el bombillo; si existe la forma de crear a través de IA textos como los que genera OpenAI, por qué no hacer el ejercicio con el proceso de respuesta a una persona por voz también. El año pasado recuperé contacto con Jorge y le presenté la propuesta para que trabajáramos juntos”. Lea también: Galería: Así inició la celebración de los 491 años de Cartagena
Abraham tenía años sin saber de Jorge, quien luego del colegio hizo su vida en Turbaco y vivió otros años en Bogotá, desempeñándose en el sector financiero y bancario.
“Yo estudié administración de empresas en jornada nocturna en la Universidad de Cartagena, y comencé a trabajar como mensajero interno en un banco. Luego de adquirir experiencia en otras empresas, comencé con un emprendimiento de venta de lotes campestres acá en Cartagena. Había perdido todo contacto con Abraham porque en aquel tiempo no había WhatsApp, pero me enteré que había estudiado Sistemas y lo busqué para que me ayudara con algo de mi emprendimiento, sin saber que este otro proyecto de Catalina nos iba a unir. En mi vida nunca imaginé que iba a estar metido en algo así”, cuenta Jorge Devoz.