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Columna

Familia: refugio sagrado

Gracias a Dios, después de la tormenta, retorna la calma, tiempo preciso para sanar heridas, afinar brújula y graduar el timón.

HENRY VERGARA SAGBINI

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En este mundo arisco, chispeante, de víboras y alacranes; cubierto de pólvora, rencores y odios irreconciliables, la única opción, sin temor a equivocarse, es tu familia.

En medio de feroces tormentas verificamos la calidad de la embarcación fabricada por nuestras manos y afectos: la proa encargada de otear puertos escondidos en la línea infinita del horizonte, cortando olas y esquivando mortales arrecifes; las amarras garantizando respeto a las normas inquebrantables de curtidos marineros; la cubierta protectora que resiste el sol canicular y las lluvias torrenciales; el calado que se adapta a la profundidad de los senderos del mar; popa, proa y velas símbolos de libertad; la brújula, timonel y carta de navegación garantizando llegar a puerto seguro, sin retraso, zancadillas ni empujones, desechando propuestas de piratas y filibusteros.

No existe barco ni hogar exento de enfrentar huracanes asesinos, furiosas tempestades y es, en medio de las más duras dificultades, no surcando aguas mansas, cuando verificamos la calidad de la madera utilizada desde el vientre de la madre.

Gracias a Dios, después de la tormenta, retorna la calma, tiempo preciso para sanar heridas, afinar brújula y graduar el timón: la vida sigue y cada travesía trae enseñanzas, alegrías y dolores; las heridas sanan, las cicatrices quedan como jeroglíficos narrando batallas de la vida en un mundo cada vez más agresivo y turbulento. Sin importar títulos y credenciales, cuando pasa el tiempo la piel se arruga, las fuerzas se agotan, las ilusiones se marchitan sin remedio, prevalece el imperio insobornable de las canas y, entonces, solo nos queda la FAMILIA como amuleto, refugio sagrado de brazos enormes y manos gigantescas, perfumadas con afectos incondicionales, donde todos cabemos; trinchera inexpugnable contra enemigos visibles e invisibles, imperio de las almas sobre las armas.

No es de ahora, esta maldición de violencia desmedida nos acompaña desde el principio de los tiempos: los humanos, de instinto agresivo impregnado a sus genes, no tenemos nada que envidiar a los extintos e insaciables dinosaurios, esos que se creyeron reyes de la creación y de ellos solo quedaron fósiles en los museos. Sin embargo, García Márquez, genio luminoso de la palabra, abre una hendija de esperanza afirmando que “aún no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”. No lo dude, esa utopía se llama FAMILIA, ‘Refugio Sagrado’ donde se aprende el respeto, fortaleciendo la paciencia, a desplegar las velas sin menoscabar las ajenas, aguardando el momento preciso para arrojar el ancla.

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