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Editorial

La soberanía energética

Este Gobierno tiene que razonar sobre los riesgos y traumas que correría el país si perdemos esa soberanía. Ni sus más firmes seguidores se lo excusarían.

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En los últimos días los colombianos hemos confirmado, por revelación de la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), la caída en las reservas probadas de petróleo y gas; en 2023 se reportó la disminución del 2,65% y 15,95%, respectivamente. A estos ritmos, las reservas de petróleo sólo alcanzarían para 7,1 años y las de gas, 6,1 años.

La negativa a seguir los planes de exploración y perforaciones que en anteriores gobiernos se habían trazado para los próximos años, revocados en el actual, tiene como efecto inmediato la autosuficiencia innecesariamente breve y relativa del país en materia energética.

Cualquier país sensato estaría unido alrededor del empeño sobre cómo evitar caer en la insuficiencia, que no es otra cosa que entregarles a otras naciones la dependencia en asunto tan neurálgico para la estabilidad de las distintas estructuras que conforman una república como la nuestra.

De hecho, pueden clasificarse con claridad la cantidad enorme de países que envidian a naciones como Colombia por su probada capacidad de reserva de fuentes de energía no renovables. Hace solo dos años estas nos prometían la plena soberanía energética, lo que se está escapando de nuestras manos incomprensiblemente.

Podría decirse que ello tiene una explicación, resumida en que es el aporte del país a la supervivencia del planeta, amenazado en su existencia por el indiscutible cambio climático debido a las emanaciones de gases de efecto invernadero; pero ya sabemos que el negativo aporte del país a esta grave amenaza es de menos del 0,58%.

Entre tanto, y ya lo sabemos también, el país bien podría prepararse mejor para la transición energética, singularmente apoyándonos en el gas, de tal manera que no se nos lleve a una situación de dependencia de otros Estados que sí tienen clara la necesidad de emprender, como lo están haciendo, un proceso de transición estratégico.

Sabiendo esto, no se entiende por qué nuestro gobierno está decidido a correr el riesgo de llevarnos al temible desabastecimiento energético a pesar de lo distantes que estamos de gozar de fuentes renovables, conociendo el potencial significativo en reservas de petróleo y, sobre todo, de gas.

Está bien la ejecución de las promesas hechas por el ministro de Minas y Energía en cuanto a que se pondrán en marcha 15 medidas en tres ejes de trabajo, para seguir garantizándole al país la seguridad energética; pero la prudencia indica que hay que tomar acciones más concretas. Conforme con lo que han afirmado expertos como Amylkar Acosta, la única manera de evitar el fantasma de la importación de crudo y de mayores importaciones de gas natural es incentivando la exploración mediante la firma de nuevos contratos de exploración y producción.

Este Gobierno tiene que razonar sobre los riesgos y traumas que correría el país si perdemos esa soberanía. Ni sus más firmes seguidores se lo excusarían.

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