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Cultural

Un hombre flaco, vestido de blanco, que escribió poemas

Este hombre retrató en sus poemas a los cartageneros de la primera mitad del siglo veinte. Fue la conciencia moral de su tiempo.

Un hombre flaco, vestido de blanco, que escribió poemas

Luis Carlos López, más conocido como el Tuerto López. //Foto: tomada de internet.

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El hombre flaco, vestido de lino blanco, corbatín negro y sombrero de fieltro, entró con un cigarrillo casi apagado, sostenido en una larga boquilla de alambre. Era bizco, pero solo le bastaba la luz de su ojo bueno y la luz del otro ojo a medias para mirar a quienes le rodeaban, con un semblante huraño, con un halo de amarga y descreída picardía. Se había pasado la vida viendo y descifrando todo lo que pasaba dentro y afuera de los habitantes de la aldea, para rematarlos en los catorce versos de un soneto. La ciudad fue su poema.

Era el mayor de once hermanos, hijo del notario de la ciudad, el señor Bernardo López, y de la señora Concepción Escauriaza Iriarte, de origen vasco. Su nombre era Luis Carlos Bernabé del Monte López Escauriaza. La ciudad aún lo recuerda como el más grande poeta de la primera mitad del siglo veinte, con el remoquete de El Tuerto López.

Nació el jueves 11 de junio de 1879 en una casa grande de la Calle del Tablón, hace 145 años. Se acercó al pintor Epifanio Garay, en una primera visita a la ciudad, a cuatro años de ser llamado por el presidente Núñez para dirigir la Escuela de Bellas Artes de Cartagena. López tomó cursos de dibujo con Garay, cuya breve experiencia le sirvió para dibujar o pintar con palabras y titular sus poemas como Trazos, Aguafuertes, Acuarelas, Retratos, Croquis, Apuntes, Viñetas. Inició sus estudios de Medicina en la Universidad de Cartagena en 1899, al comenzar la Guerra de los Mil Días, y poco después cerraron la universidad. Intentó sumarse a las tropas liberales del general Rafael Uribe Uribe y fue detenido por las autoridades como un insurgente, dándole a Cartagena como cárcel. De esa dramática experiencia él mismo dijo en uno de sus poemas: “No andar con Luis C. López, anarquista, liberal y ateo”. Entre los más de doscientos poemas que escribió a lo largo de su vida, hay una historia entre versos que retratan la vida social, ambiental y cultural de Cartagena de Indias. Lea aquí: La sátira y la poesía conviven en la obra de Jorge García Usta

Personajes de poemas

Por los poemas de Luis Carlos López desfila Cartagena: el alcalde, el gobernador, el cura, el barbero, el campanero, la muchacha de provincia, el cochero, la ama de llaves, el mendigo, el comerciante, el pícaro, el ladrón, los amigos y la familia. Se retratan personajes, lugares, escenas de plazas y calles del corazón amurallado de la Heroica. En el tercer soneto de Por el atajo, aparecen tres personajes nombrados en el poema: San Pedro Claver, Rafael Núñez y Antonia La Pelada, que existió en la ciudad en los años tormentosos de la Guerra de los Mil Días.

En el célebre poema que se recitaba de memoria en las escuelas de Cartagena: “A mi ciudad nativa”, el personaje es Cartagena y también sus habitantes; es la memoria y el espíritu de la ciudad. El pasado: la sombra de unas carabelas que surcan las aguas del mar de Cartagena, junto a la cruz, la espada, el candil, las pajuelas, el aceite en botijuelas, y el otro personaje es el habitante, el ciudadano, cuyo espíritu el poeta compara con las águilas caudales, cuyas miradas avizoran otras alturas, en contraste con ese pajarito indolente que se echa a dormir sobre sus laureles, y al que el poeta enjuicia y desnuda como una caterva de vencejos.

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El amor entrañable a los zapatos viejos es una patética metáfora de lo que nos aferramos, como a un barco que se hunde en alta mar. Es Cartagena postrada a los pies de sus propios ciudadanos y autoridades. Lea aquí: Néstor Torres, un flautista prodigioso de paso por Cartagena

El alma de Cartagena

En el poema Medio ambiente, el personaje es Juan de Dios, aventurero, amigo de juventud, artista genial, lo más parecido a los sueños postergados de Cartagena.

Juan de Dios abandonó sus sueños después de casarse y hoy vive en un pueblo cercano, panzudo y calvo, con mujer e hijos. Sus quimeras de joven eran “anhelos infinitos” y hoy son como esas piedras que se tiran al mar. Ahora Juan de Dios se quita el sombrero ante don Sabas, ante don Lucas, todo se ha ido a pique, dice el poeta, todo se volvió “asunto de catre y puchero”, mientras habla con el cura, la consorte, la suegra, los niñitos. El poeta lanza un suspiro de dolor al final del poema y dice: “¡Qué diablo!… Si estas cosas dan ganas de llorar”.

Al pincelar a Cartagena de su tiempo, López describe el amanecer, el mediodía, el anochecer en la ciudad, y le toma el pulso moral a sus contemporáneos. En Día de triquitraques se celebra la llegada de un gobernador a Cartagena, con una banda, murga de arrabal que sopla un danzón por la calle principal de Cartagena. Lea aquí: Gabriel García Márquez: la historia detrás del libro En agosto nos vemos

Aparece en uno de sus versos una tribu de gitanos que llega a Cartagena “como una extravagante flor”. En El trashumante Mateo, es un músico de arrabal “de trágica melena, grandes ojos bovinos, crepusculares ojos de soñador sensual”, fue fraile inverosímil que alternó con asesinos y mercachifles, jugadores, y ahora aterrizó en Cartagena sin saber hacia dónde prosigue su errancia, “siempre exótico, siempre bajo la misma vida/ zurciendo su inefable tristeza en el violín”.

En otro poema una mujer vende a gritos queso y pan por las calles. Lulú, que parece ser inocente “masticará rezos ante el mártir, doliente/ que viste taparrabo sobre un madero en cruz/”. Lulú busca en la Noche Buena al cura que tiene una panza rellena, y tomará chocolate, comerá berenjena, pasteles, capones con ajo y perejil, ese cura que está “cebado entre la carne feligrés mujeril”. Lea aquí: Viajeros y forasteros que se quedaron en Cartagena de Indias

En el poema En la penumbra, describe con sutileza a una Hermana Carmelita, a la que él acude en la pequeña nave de la ermita, para que le dé consuelo, esperanza y algún destello a su alma. Pero al verla con su sayal, su escapulario al cuello, lo perturba la dualidad entre el bien y el mal “y la profanación de tu cabello”, pero el final es inaudito, porque en ese encuentro con la monja... “la buena Hermana Carmelita/ me hacías bueno, extrañamente bueno”.

El humor de López

Lo más conmovedor es encontrar que el poeta se burla al evocar su deseo de comprar la vieja casa natal, ya arruinada, y recordar a Teresita Alcalá de su infancia subiendo por las escaleras. También se describió en Sepelio, amando a Inés en una escalera y a Juana en un chiribitil, e imaginando lo que podría decir un cortejo de mujeres en su funeral, ocurrido hace 74 años, el 30 de octubre de 1950, en el barrio Manga. Imaginó a Luisa, Rosa, Elena, diciendo: ¡Qué alma buena!, pensando a solas: “¡Fue un bribón!”.

Retrato del poeta realizado

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